Entran a la escena seres vestidos de armaduras, con pisadas en fuertes marchas. Tomando la delantera:
—Saquen las espadas —dijo el comandante—. ¡En guardia! Tú, recoge las cosas.
—Sí, señor. —Atendió el guardia, mientras los demás miraban la escena y en estado de alerta esperaban cualquier acción.
—Ahora tú, guárdalas ahí. —Dijo el comandante, señalando distante el recipiente, aunque intentaba mostrar indiferencia, era notable lo que causaba en él— ¡Perfectamente bien cerrado!
Tomaban con cautela cada una de las piezas, la acomodaban una tras otra. Daba el asunto para ordenar, que tal por color, por olores, por… por… dificultad para los presentes, eso que jugaba, y amenazaba, no podía ser entonces nombrado, por lo que decidieron solo colocarlos, sin distinción, sin orden, sin mirarlo, sin sentirlo, porque de ser así…
—Señor, señor —se acerco el guardia, temeroso (lo delataba su sudoración), aunque con firmeza, para disimilar la angustia— Falto un zapato.
Asustado y con un aire de melancolía (lo decían su ojos abiertos y cerrados a la vez, humedecidos con el alcance de un brillo) indico el comandante —Busquen el zapato.
—Aquí lo tengo —índico un guardia al acercarse.
—A ver —dijo el comandante, estirando la mano.
Los presentes, dejaron su alerta y volcaron la mirada a su mano, que de inmediato la atención fue robada por su rostro, volteo a su alrededor, fijo su mirada al horizonte y tarareo una canción…
—Este me lo quedo yo —cerro el puño de su mano, ligeramente lo alzo para acercarlo, muy de cerca.
En el segundo necesario entro el subcomandante que quiere ser comandante, que con deleite del momento y aires de honestidad, interrumpió la orden del comandante que quizás pueda ser subcomandante y agrego:
—¿Y que no, eso que usted sostiene en su puño, le recordara prontamente lo demás? —Lo miraba con sonrisa que escapaba por algún consuelo conocido, conocido solo por él, que jamás lo entendería el comandante, aunque era lo bastante visible para tranquilizarlo y entregarle nuevamente su cordura y sensatez. Virtudes que sin el subcomandante, no podría tener.
Aspiro aire, cerró los ojos con liviana fuerza, al tiempo que dio el último apretón con su puño, casi sin mirar, estiro su brazo y soltó mansamente lo que ahí tenia. Con el mismo cuidado, cautela y hasta cariño, los guardias lo tomaron y colocaron tan suave, que ni ruido hizo al tomar su lugar entre lo demás.
—Limpie bien entonces, que no quede un recuerdo libre, que no se diga noticia alguna. Use un poco de… Almidón. Tú al ventrículo derecho, muévanse dos mas al izquierdo.
—A la orden comandante.
—En guardia ¡Ya!